El Agua Tibia

Hace dos noches descubrí, literalmente, el agua tibia. Claro que con un poco de manzanilla, en forma de una infusión conocida legendariamente por el sesenta y ocho porciento del mundo civilizado. Me tomé un té de manzanilla y entré en un estado de relajo (¿o se dice relajamiento?) total, que antes sólo me lo producía una larga ducha con agua caliente a alta presión. Creo que fue la primera vez que he probado este brebaje.

Para mitigar el hambre que me produce estar despierto hasta las dos o tres de la madrugada todas las noches en estos hoteles, a veces opto por pedir "servicio a la habitación", pero siempre termina resultando tan caro como regresar a Caracas, cenar y volver al hotel. Así que en ocasiones (es decir, cuando me acuerdo), paso por un supermercado, me compro un cuarto de kilo de jamón ahumado bien rebanado, una o media botella de un buen tinto, y voilá, resuelto el tema por unos días, o noches mejor dicho. Claro que muchas veces me dejo llevar por mis instintos y termino con varios paquetes de cotufas para microondear (¿neologismo?) como único componente de mis madrugadoras cenas.

Compré en el supermercado también un ejemplar, barato por cierto, del libro de cuentos "Nada que hacer, Monsieur Baruch", de Julio Ramón Ribeyro.

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