
Lástima por los gigantes que sólo pueden ver las lámparas que cuelgan de los techos. Lástima por los gigantes que casi no pueden sentir el aroma de las plantas de las esquinas de la oficina. Lástima por los gigantes que escuchan difícilmente lo que los enanos nos decimos a la cara. Lástima por los gigantes, aunque sean gigantes buenos, aunque no sean ogros malditos ansiosos de carne humana.
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