
Aunque este pedacito no es tan pequeño que digamos, digo por la de veces que me he perdido andando por sus calles y callejuelas, tratando de conseguir el camino correcto para regresar al hotel, como me sucedió hace unas horas.
Pero ¿qué se le va a hacer? El sentido de la orientación no es precisamente una de mis virtudes, o defectos, como se quiera ver. Tampoco resulta dramático andar por las antiguas calles de la isla pequeña, con el mar a ambos lados y los castilletes y plazas saludando sobrias y sabias cada vez que les pasaba a un lado, y los cruceros, y los hoteles que asaltaron los viejos hostales, cárceles y conventos de hace cuatro o cinco siglos.
Aprovecharé estos desvaríos citadinos para conseguir un disco de Lucecita Benítez y llevarle a la Biscuter que sé que le gusta bastante, a ver si así me convida alguna vez de un buen picadillo o una pizca yaracuyana.
Amanecerá y veremos.
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