
Aún tengo la bacinilla debajo de la cama, herencia del bisabuelo que nadie se ha atrevido a desechar del que ahora es mi cuarto. De noche me provoca usarla, para no tener que salir caminando por el corredor principal, oscuro, demasiado silencioso, que lleva al baño grande. Pero la bacinilla era del bisabuelo, y la usaba más que nada para escupir el chimó, costumbre que lo acompañó hasta su último respiro. No quiero usarla para otra cosa, sería como profanar la bacinilla, la sagrada bacinilla del bisabuelo. Por eso tuve que aprender a mascar chimó, pero nadie entiende mis razones.
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