Programa conspicuo que no capicúo

Benito Tineb, de madre apureña y padre macedónico, lo que podría excusar el apellido, es el nombre de un ingeniero de sistemas -título tan ambiguo como inexcusable- que de tanto leer a Augusto Monterroso por un mes entero le dió por escribir palíndromas en lugar de cuentos cortos, que es lo que todo el mundo esperaría.



Después de miles de intentos y cientos de páginas amuñuñadas de donde no salían más que frases tan inútiles como estrafalarias, apeló a su conocimiento científico y diseñó un software que permutaba todas las letras del idioma -Castellano en este caso- formando palabras que eran comparadas con trece diccionarios en línea y en tiempo real. El programa en cuestión tampoco dió buenos frutos, quizás por lo complejo del algoritmo, quizás por las evidentes limitaciones intelectuales de su creador, dando como mucho frases capicúas tan falsas como "Una línea anula" y otras por el estilo.



Frustrado, Benito regaló todos sus libros de literatura latinoamericana -yo me quedé con unos cuantos-, conservó y amplió su colección de Stephen King y buscó empleo como operador de centros de atención de llamadas.