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Camino larco

Por momentos no me acuerdo porqué estoy caminando por Miraflores a medianoche, pero veo las luces y la gente y pienso que Lima sigue siendo caminable a estas horas, recuerdo Madrid y la extraño aunque sólo la haya caminado una vez. Edificios modernos junto a casas que deben tener más de cien años, pubs con nombres franceses, cafés con mesas pequeñas y sillas mirando a la calle y comensales conversando y mirando a la calle como sus símiles parisienses, abuelas vendiendo cigarrillos y librerías cerradas que me hacen imaginar miles de lectores que quisiera de mi tierra.

Atravieso la Shell, paso frente a discotecas con filas esperando entrar como en las películas que retratan las noches neoyorquinas. Paso la Benavides y chequeo el pequeño mapa del barrio que tomé de la recepción del hotel y que me dice que en la siguiente calle debo cruzar a la izquierda.

Cruzo en la San Martin, me tienta el bar Cortez pero igual lo paso de largo. ¿Tendran martinis como el que pidió James Bond en la película que acabo de ver, quizás la mejor de todas?

A pocos metros llego al hotel, se me acaba el cigarrillo que termino de apagar en uno de los ceniceros del lobby, pido mi llave "cuatro cero cuatro, por favor". Subo el ascensor, abro la puerta con la pequeña llave que cuelga del inmenso llavero (la segunda a la izquierda), entro en la generosa habitación, me siento en la mesita y deslizo el dedo índice derecho en el detector de huella dactilar de la portátil mientras pienso en D., en M. y en A., y comienzo a escribir estas líneas quizás tan inútiles como los cigarrillos, la caminata y la película del espía... ¿o no?

Amanecerá y veremos.

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